Los materiales, especialmente el acero, son bien conocidos por los enormes daños causados por el proceso de corrosión. Las causas de la corrosión son multifacéticas, pero las consecuencias siempre conducen a pérdidas económicas y, en el peor de los casos, incluso comprometen la seguridad de los procesos industriales, las estructuras y los edificios.
La exposición al agua, altas temperaturas y sustancias corrosivas produce diferentes tipos de corrosión. Cualquier elemento metálico en el exterior es susceptible a ella. Para evitar daños, se recomienda apostar por el aluminio y el acero inoxidable, mantener la superficie lo más seca posible, utilizar una capa de grasa o aplicar una pintura anticorrosión. Lo mejor es utilizar uno o más de los sistemas de protección enumerados a continuación, o una combinación de ellos:
- Protección por recubrimiento
Algo tan simple como formar una película protectora sobre el metal para aislarlo del ambiente es muy efectivo. Pueden ser revestimientos no metálicos como pinturas, barnices, plásticos, esmaltes y cerámicas. También existen opciones de recubrimientos metálicos, que se pueden aplicar de diferentes formas:
- Por inmersión: El metal a proteger se sumerge en un baño de metal fundido, que al enfriarse forma una capa protectora sólida. Comúnmente se utilizan estaño, zinc (galvanizado), aluminio y plomo.
- Por electrodeposición: La corriente eléctrica se transporta entre dos metales diferentes sumergidos en un líquido conductor que actúa como electrolito. El metal que queremos proteger actuará como cátodo y el otro como ánodo. La película protectora se creará primero. Un ejemplo de tal sistema es el niquelado cromado.
- A través de la capa química: Se consigue haciendo reaccionar el metal con el reactivo químico. Como resultado, se forma un compuesto delgado en la superficie, formando una capa protectora. Es el caso de procesos como la cromatización (se aplica ácido crómico) y la fosfatación (se aplica ácido fosfórico y fosfatos).
